Este Blog sólo pretende ser una reflexión sobre algunos temas que giran como un tiovivo en mi cerebro. Quizás tú puedas hacer que en algún momento cesen de dar vueltas.
"La utopía existirá mientras brille una estrella en el firmamento"

"La ciencia más útil es aquella cuyo fruto es el más comunicable" LEONARDO DA VINCI

"Sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da." ANTONIO MACHADO


martes, 27 de septiembre de 2011

LA EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI

La educación del siglo XXI debe ser de calidad para formar a hombres y mujeres en plena igualdad, capaces de convivir en la sociedad del conocimiento, inmersos en una sociedad ética, con valores que fomenten lo “público”, porque es igualitario, y no lo “privado”. El sistema educativo debe formar buenos ciudadanos que sean competentes y capaces de encontrar las claves para la transformación que demanda y necesita la propia sociedad.

La educación es un proceso continuado que persigue el desarrollo integral del alumnado, ayudándoles en el conocimiento y aceptación de sí mismos para conseguir un desarrollo equilibrado de su personalidad y su incorporación a la vida social, facilitándoles la capacidad de toma de decisiones de una manera consciente y responsable.

La educación debe formar a personas capaces de convivir, respetando el medio natural y a las demás culturas, en un mundo cada vez más global. Debe conseguir la igualdad, sintiéndonos iguales y siendo diferentes, compartiendo los mismos derechos y deberes, independientemente de las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales o sexuales. La educación pública debe construirse desde la solidaridad, porque sólo así se puede romper el círculo de la pobreza. Es necesaria una escuela que ponga al alcance de toda la ciudadanía, sin distinción de riqueza, raza o religión, el conocimiento y los valores necesarios para participar activa y democráticamente en la sociedad.

La escuela tiene que potenciar la solidaridad como valor fundamental. Es por ella por la que la educación tiene norte. Sin ella no tendría sentido este trabajo. ¿Para qué educar?, sino para lograr una sociedad más justa, cooperante y solidaria. Si no entendemos la educación como generadora de actitudes y valores igualitarios, si no la concebimos desde la necesidad de modificar los actuales esquemas sociales que nos abocan a la incomprensión y al individualismo, si no la imaginamos capaz de transformarnos como individuos dentro de la colectividad, ¿para qué seguir con esta farsa?

Solidaridad no es introducir unos cuantos euros en un sobre para no se sabe bien qué causa, ni observar con rubor las lejanas imágenes de las múltiples guerras que nos conmueven, ni rebelarnos ante las injusticias por las que, en realidad, nada o casi nada hacemos. Solidaridad es levantarse cada mañana sintiéndonos el otro, siendo ese otro porque somos uno mismo. Sólo así podremos cesar de una vez esta vorágine que oprime al ser humano: la indiferencia.

Estoy seguro de que estamos asistiendo a un cambio radical y profundo en el mundo educativo, un cambio que, aunque algunos quieran detenerlo poniendo todo tipo de obstáculos, es ya imparable. Yo sueño con que un día podamos descubrir que la educación pública es la base esencial para el desarrollo de los seres humanos y que es el abono necesario de la felicidad porque, como escribió Ernesto Sábato, “la búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación”.

La educación es sin duda la piedra angular de la sociedad, sin la cual no puede construirse el resto del edificio comunitario y por ello no debe ser, a pesar de la profunda crisis económica, el cajón de los recortes ni de las privatizaciones pero tampoco el del pesimismo, porque un pueblo que no invierte en educación, ni en optimismo, ni en utopía, está condenado al fracaso.
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Permítanme para terminar la lectura del siguiente poema de Gabriel Celaya, del que celebramos este año el centenario de su nacimiento:

“Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.”

jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Qué es la poesía?



Según Yves Bonnefoy, la poesía "es aquello que quiere liberar las relaciones entre los hombres de los prejuicios, ideologías y quimeras que los empobrecen".

La palabra poesía proviene del vocablo griego “poiesis”, que significa creación. Platón define este término, en su célebre obra El Banquete, como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”. Heidegger se refiere a la “poiesis” como el “alumbramiento”, como "el florecer de la flor, el salir de una mariposa de su capullo, la caída de una cascada cuando la nieve comienza a derretirse". ¿Acaso puede definirse con más acierto qué es la poesía?

En la antigüedad, a todas las composiciones literarias se les conocía con el nombre de poema. Se trata, pues, la poesía de la expresión de los sentimientos por medio de la palabra, utilizando el verso, es decir aquellas líneas de palabras que están sujetas a una cadencia y, en ocasiones, a una determinada medida, o la prosa: lenguaje poético utilizado sin necesidad de guardar ritmo ni medida.

La poesía es una de las artes más antiguas que se conocen y durante siglos estuvo íntimamente ligada a la música, a la que servía de soporte literario para remarcar el ritmo musical. De ahí que, durante un largo período de tiempo, se le diera el nombre de poesía sólo a aquellos versos que se ajustaban a una métrica precisa y estricta, negando el verso libre donde la métrica carece de sentido o es lo menos importante.

Hoy podemos afirmar que la poesía es mucho más que eso, “la poesía, en voz de Pedro Salinas, es encontrar la esencia de la realidad, descubriendo el tiempo y sus interrogantes”. Es en la poesía donde el ser humano se cuestiona su vida y se desnuda ante sí mismo, dejando aflorar sus más íntimos y profundos sentimientos y se descubre ante los demás y ante el mundo, en un instante íntimo y preciso, abriendo su razón, su corazón y su alma. Decía Rimbaud que “la poesía quiere cambiar la vida”. Y es cierto, quienes escribimos poesía queremos y necesitamos cambiar la vida desde la misma concepción utópica de la vida, proyectándonos en un mundo idealizado y alternativo al mundo existente, para poder realizarnos como seres humanos, pero también lo hacemos para que el otro lea el poema, lo interiorice y lo concluya. Sólo así podemos hacer posible que brote la utopía entre los surcos de la realidad. Basten estos versos del poema Utopías del Maestro Benedetti para comprender la necesidad de continuar creyendo en la poesía y en la utopía:

“cómo voy a creer / dijo el fulano
que la utopía ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sos mi utopía.”

En palabras de Juan Ramón, “la poesía, principio y fin de todo, es indefinible”. La poesía no puede ser esclava del pensamiento, si acaso éste puede llegar a ser un verdadero cautivo de la propia poesía porque, como dijo César Vallejo, “un poema es una entidad vital mucho más organizada que un ser orgánico en la naturaleza”.

Es cierto que la creatividad poética no tiene ni debe tener limites. No puede ponérsele puertas al campo poético, acotando la forma y el fondo, la poesía no debe tener más fronteras que las que se trazan en el interior de cada poeta a solas con su propia soledad. La poesía no debe ni puede tener más límites que la palabra y el pensamiento libre. Como bien sentenció Leopardi, “la poesía es perderse en lo infinito”.

Decía Jean Cocteau que “la poesía es imprescindible, pero no sé para qué”. Según Gabriel Celaya, "la poesía es un arma cargada de futuro". Y no le falta razón al poeta cuando escribe:

“Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales 

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.”

La poesía, la palabra es el único arma que tenemos para intentar cambiar este mundo injusto que nos rodea. “Poesía es todo lo que se mueve”, afirma Nicanor Parra. Quienes escribimos poesía no podemos dejar de movernos, no podemos dejar de tomar partido ni dejar de mancharnos, no podemos mirar para otro lado porque nos va el futuro en ello. Como escribió Agustín Millares Sall:

“Vuelvo a la carga y te digo: aquí no cabe
esconder la cabeza bajo el ala,
decir “no sabía”, “estoy al margen”,
”vivo en mi torre, solo y no sé nada”.
Te digo y te repito que no vale.”

En un párrafo de su novela Los pasos perdidos, publicada en 1953, donde se debate el mundo de lo real maravilloso, el escritor cubano Alejo Carpentier afirma: "Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema." “La poesía, tal y como afirmaba Carmen Conde, es el sentimiento que le sobra al corazón y te sale por la mano.”

"¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul:
¿qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú."

Más allá de lo estrictamente poético de estos cuatro versos becquerianos, un poeta sólo concluye su poema cuando los demás lo leen, lo interpretan y lo hacen suyo. En definitiva, cuando realizan su propia poesía.

Dice Laura Gómez Recas, una excelente amiga y poeta, que “la poesía es una lluvia escarlata, con olor a sangre, que brama entre los dedos y se escapa en un vuelo transgresor donde los haya. Es tu alma la red que has de emplear para atraparla.” Creo que es, sin lugar a equivocarme, una de las definiciones más exactas y bellas de cuantas he leído.

Mi poesía es por tanto la búsqueda de mi mismo y de los demás. Si escribo, lo hago para reflejarme, como en un espejo o en un caleidoscopio, ya sea en el papel o en la pantalla del ordenador, y vaciar los sentimientos y las reflexiones sobre mí mismo y sobre todo aquello que me afecta, sea cercano o lejano. Necesito reflexionar sobre la palabra y el silencio, sobre la vida y la muerte, sobre las relaciones interpersonales porque sólo así puedo hacer realidad mis propios sueños. Mi intención última es encontrar las vetas de luz que habitan entre las sombras.

Haciendo mías las palabras del Maestro Borges, “creo que la poesía es algo íntimo, algo tan esencial, que no puede ser definido sin diluirse. Sería como tratar de definir el color amarillo, el amor o la caída de las hojas en el otoño. Yo no sé cómo podemos definir las cosas esenciales... Si sentimos placer, si sentimos emoción al leer un texto, ese texto es poético. Si no lo sentimos, es inútil que nos hagan notar que las rimas son nuevas, que las metáforas han sido inventadas por el autor o que responden a una corriente tal. Nada de eso sirve. Primero debemos sentir la emoción, después tratarnos de explicar o comprender ese texto. Si leemos un poema como un juego verbal, la poesía fracasa; lo mismo ocurre si pensamos que la poesía es solo un juego de palabras. Yo diría más bien que la poesía es algo cuyo instrumento son las palabras, pero que las palabras no son la materia de la poesía. La materia de la poesía -si es lícito que usemos esa metáfora- vendría a ser la emoción.”

Por todo ello, podemos afirmar que es completamente cierto aquello que escribió José Martí: “Un grano de poesía es suficiente para perfumar un siglo”. ¡Ojalá que ese perfume sea tan embriagador que nos cautive para el resto de nuestra vida!