Este Blog sólo pretende ser una reflexión sobre algunos temas que giran como un tiovivo en mi cerebro. Quizás tú puedas hacer que en algún momento cesen de dar vueltas.
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martes, 27 de septiembre de 2011

LA EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI

La educación del siglo XXI debe ser de calidad para formar a hombres y mujeres en plena igualdad, capaces de convivir en la sociedad del conocimiento, inmersos en una sociedad ética, con valores que fomenten lo “público”, porque es igualitario, y no lo “privado”. El sistema educativo debe formar buenos ciudadanos que sean competentes y capaces de encontrar las claves para la transformación que demanda y necesita la propia sociedad.

La educación es un proceso continuado que persigue el desarrollo integral del alumnado, ayudándoles en el conocimiento y aceptación de sí mismos para conseguir un desarrollo equilibrado de su personalidad y su incorporación a la vida social, facilitándoles la capacidad de toma de decisiones de una manera consciente y responsable.

La educación debe formar a personas capaces de convivir, respetando el medio natural y a las demás culturas, en un mundo cada vez más global. Debe conseguir la igualdad, sintiéndonos iguales y siendo diferentes, compartiendo los mismos derechos y deberes, independientemente de las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales o sexuales. La educación pública debe construirse desde la solidaridad, porque sólo así se puede romper el círculo de la pobreza. Es necesaria una escuela que ponga al alcance de toda la ciudadanía, sin distinción de riqueza, raza o religión, el conocimiento y los valores necesarios para participar activa y democráticamente en la sociedad.

La escuela tiene que potenciar la solidaridad como valor fundamental. Es por ella por la que la educación tiene norte. Sin ella no tendría sentido este trabajo. ¿Para qué educar?, sino para lograr una sociedad más justa, cooperante y solidaria. Si no entendemos la educación como generadora de actitudes y valores igualitarios, si no la concebimos desde la necesidad de modificar los actuales esquemas sociales que nos abocan a la incomprensión y al individualismo, si no la imaginamos capaz de transformarnos como individuos dentro de la colectividad, ¿para qué seguir con esta farsa?

Solidaridad no es introducir unos cuantos euros en un sobre para no se sabe bien qué causa, ni observar con rubor las lejanas imágenes de las múltiples guerras que nos conmueven, ni rebelarnos ante las injusticias por las que, en realidad, nada o casi nada hacemos. Solidaridad es levantarse cada mañana sintiéndonos el otro, siendo ese otro porque somos uno mismo. Sólo así podremos cesar de una vez esta vorágine que oprime al ser humano: la indiferencia.

Estoy seguro de que estamos asistiendo a un cambio radical y profundo en el mundo educativo, un cambio que, aunque algunos quieran detenerlo poniendo todo tipo de obstáculos, es ya imparable. Yo sueño con que un día podamos descubrir que la educación pública es la base esencial para el desarrollo de los seres humanos y que es el abono necesario de la felicidad porque, como escribió Ernesto Sábato, “la búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación”.

La educación es sin duda la piedra angular de la sociedad, sin la cual no puede construirse el resto del edificio comunitario y por ello no debe ser, a pesar de la profunda crisis económica, el cajón de los recortes ni de las privatizaciones pero tampoco el del pesimismo, porque un pueblo que no invierte en educación, ni en optimismo, ni en utopía, está condenado al fracaso.
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Permítanme para terminar la lectura del siguiente poema de Gabriel Celaya, del que celebramos este año el centenario de su nacimiento:

“Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.”

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